Doña Marta

Doña Marta

¡La puta madre que los parió, chiquillos de mierda! –gritó enardecida la viejecilla, pasando su mano con rabia sobre sus grises cabellos tomados en un desordenado moño maría, cerrando de un fuerte golpe la puerta a sus espaldas.

Volvía sobre sus pasos, dejando la cubeta con agua servida a un costado del pasillo de entrada. Hacía días les tenía reservado aquel balde con agua servida a la pandilla de mocosos que muy seguido le molestaban.

¡Doña Marta, deje a esos mal criados sin casa! Ya no debiera tomarles en cuenta – gritaba su vecina por sobre la muralla, sin perderse lo que a su alrededor pasaba. Era su forma de apoyarla.
Se conocían ya hace tantos años atrás, que ninguna inclusive bien lo recordaba. Cada vez que de ello hablaban, podían estar toda una mañana fuera del negocio del barrio, con la bolsa del pan mojada, tras haber llegado a la hora en que lo sacaban del horno calientito, ideal para tomar juntas un tecito. Pero se quedaban ahí afuera, por horas y, de tanto en tanto no precavían en disimular, al ver a quienes pasaban, más de algún comentario. Bueno, por ello es que de igual modo debían muchas veces soportar palabras no muy bien intencionadas que les prejuzgaban como un par de veteranas amargadas.

Doña Marta había llegado al vecindario cuando aún era una beba de 5 años, mientras su vecina, Doña Chela, había sido parida en el mismo barrio por su madre enferma. Era 2 años mayor que ella.
Habían sido hermosos años para ellas. Nunca más habrían tiempos como aquellos.
La juventud, por Dios Chela ¿recuerdas? Era tan distinta. Éramos tan distintas y apuestas -y Señoritas– interrumpía Doña Chela. Claro pues Chela, y no como ahora; no como estas cabritas sueltas y estos chiquillos con los pantalones a medio poto y care bandidos.
Pero qué más quieres Marta. Si con los padres que tienen ¿ó acaso olvidas cómo eran cuando chicos ellos mismos? Yo siempre te dije que ojalá se fueran este tipo de familias del barrio. No tuvieron buen vivir, cómo más y mejor los críos les iban a salir.
Sí lo recuerdo Chela, pero no pretendías que viviera de ellos preocupada, con Julio enfermo y la oficina que bastante mal se le portaba. ¡Ay Chela! Fueron tan difíciles esos años con Julio, por Dios santo y la virgen bendita.
Ni me nombres a ese fulano de tu marido, que en paz descanse, pero que me perdone San Pedro desde el mas allá por el rencor que nunca pude dejar de sentir por él y por su trato contigo. Habrase visto borracho como aquel y tú, tonta lesa siempre soportándolo. Podrías haberte ido una de todas esas…ésas veces. Yaaa, no llores Martuca, no quise traerte esos recuerdos. Tuvimos mala suerte, pero seguimos aquí, vieja, vivitas y coleando. Ya, yaaa, deja atrás todo eso. Vámonos de aquí que se nos va a pasar la telenovela y ¡chiquilla por dios, aun no hecho el agua a la sopa! ¿Ves lo que me pasa por quedarme contigo hasta esta hora? Todos los días te lo repito, que podríamos hacerlo, pero después de almuerzo. Tan porfiada que me saliste.
¡Chela, basta! Es a ti a quien le gusta quedarse a mirar como el resto pasa ¿O debo recordarte como te dicen, justamente por deslenguada? Si por eso mi Julio te tenía tanta mala. Siempre me dijo que no eras de las mejores amigas, que yo debía ser como mi suegra, que en su nombre me persigno, como Doña Engracia.
¡Marta! Así que ahora soy yo la deslenguada. Seguramente por eso no me molestan a mí y, a “otras” sin embargo juegan todos los mugrosos niños a tocarle la puerta. Y ya ni recuerdos valen a esa veterana de Doña Engracia, como aun le llamas ¿No era acaso ella la que cubría a tu famoso Julio de sus borracheras o cuando las emprendía contigo en peleas? Ya no hablemos de nosotras, Marta. Bien tontas que fuimos. Ojala los papás de estas criaturas les dijeran temprano cómo comportarse, pero ya ves, la chiquilla de la esquina tuvo guagua – y a tan corta edad, por dios, Chela-. Si pues. Y tú crees que se ha visto el padre por estos lados. Nada, mujer, nada.
Tanto que le dije a su madre que no le soltara la mano. Esa cabrita se estaba quedando sola por las tardes. Qué más esperabas, si el mocoso apenas sabía, por la reja se tiraba y ahí se quedaban, podían pasar horas y, ahí está el resultado. Nunca con buenos ojos a esa parejita.
Marta, tendrás que invitarme a almorzar, mira la hora que es y aun no me dejas regresar.
Por Dios, Chela. Si eres tú la que no para de sacar y sacar conversas; parece que cacareas. Te deben tener así las telenovelas. Ya vámonos, no ha pasado nadie en este rato. Al menos almuerzan en este barrio. Algo normal que suceda. Ah! Ya verás que, si esta noche se les ocurre a esos chiquillos nuevamente ir a tocarme la puerta, se llevarán una muy mala sorpresa. Los estaré esperando atrás de la puerta. Y tú, en vez de estar espiando sin hacer nada, podrías ayudarme. Lo único que haces es, después de todo, sacar el habla por sobre tu muralla ¡Vaya, si no cambias!



(to be continued)



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