FraileNsueño

FraileNsueño


¿Qué será de Alberto, mi adorable Fraile Alberto? -recordaba para así, en voz alta sin desearlo; melancólica, con un dejo de rubor en sus mejillas y de candor en su barriga, una tímida Lucía.

¡Seguro que aun no te sacas de la cabeza a ese Cura desviado que te sedujo y luego pidió su traslado! -con enconada ira su padre, sentado en el gran sillón de la sala le reprendía, como adivinando lo que por su cabeza acaecía. Maldigo el día en que a nuestro Pueblo, por aquel que tan bien estimamos de Párroco, nos fue enviado.

¡Castrarles debieran! –seguía. Castrarles deberían de considerar a esos mal nacidos que se esconden cobardes tras sus oscuros hábitos mal habidos, manchados de sodomías y lujurias contenidas, por sus pares bien consabidas; protegidas.

Padre, ya no ladres –a regañadientes susurrábale Lucía, entristecida. Aun no sabes el daño que me haces al hablar así de aquel que, por su nobleza y amor, logró conquistarme; enamorarme.
He de recordarte fui yo la culpable. Fui yo quien lo incitó y condujo a los placeres de la carne; quien poco a poco, coqueta fui acercándomele; quien, a través de confesiones, por cualesquiera condenables, le atrajo; pues las inventaba para provocar. Lo llevé a fijarse en mí, en mis escotes; en mi talle. La conductora confesa de haber abierto su mente y su divino voto de castidad que orgulloso a todos profesaba.

¡Benditas inocencias corrompidas, de aquellas bien sabidas y por todos; incluídome. Tan discutidas, pues aceptadas llegan a quedar de conciencia esas estúpidas chiquillas! ¡Debía tocarle justo a la mía niña! ¡Qué mierda hice ahora o antaño, sin saberlo, para merecer el soportar que siquiera odio contra ese animal pueda en mi propia casa profesar y menos, como mi mente lo manda, buscarle y mandar a matar!
Solo por el amor que te profeso desde mis entrañas, querida hija mía, es que contengo toda esta rabia y soporto inclusive oírte bien de “aquel” hablar. Si tan solo supieras lo que bien podrías. Si llegaras siquiera, por momentos, mis pensamientos a escarbar; te aseguro, piedad a mí ya no me encomendarías, pero desprecio inmediato sé, en tu corazón anidarías, no importando la sangre que por tus venas corre y de la que tan orgulloso me sentí en tu nacer y hasta el hoy en día -quedóse blasfemando para sí, pensando y de a poco sumiéndose en un profundo dormirtar de mal ensueño y del que, pese a despertar de sobresaltos en varios momentos, no supo discernir si era verdadero o falso.
Su hija, único y adorable retoño seguía, según pudo advertir, en su pieza, despierta; estaría terminando algún trabajo de bordados. Volvió a conciliar el sueño, esta vez premunido de un prejuicio insano, una duda eterna; las manos agarrotadas tomaban y aprisionaban sus sábanas.



Le contaré, es mi deber y viene siendo tiempo. Por la obligación más que moral y como única hija. Por la obligación física que me supera, he de contarle alguno de estos días -terminaba de escribir, acongojada, al pie de la última página de su diario de vida, Lucía.
Ya cansada de los recuerdos y culpable de comenzar a sentir los primeros síntomas de lo que, su Tía, entre conversas, le había explicado; sin más ni menos, esto era un embarazo.
Alberto, mi adorado Fraile Alberto ¿Dónde estarás amado mío a estas horas?, ¿En qué lugar has de encontrarte sin mi incondicional cobijo?, ¿Podrás, de tu Dios algún día, recibir el consentimiento de buscarme y amarme sin reparos por el fin de nuestros días?, ¿Me has de extrañar, como yo a estas horas, cada uno de estos días; eternos ya sin tu mirar, tus abrazos, tus charlas y tus desmedidas acometidas, a escondidas, tras el altar?





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Doña Marta

Doña Marta

¡La puta madre que los parió, chiquillos de mierda! –gritó enardecida la viejecilla, pasando su mano con rabia sobre sus grises cabellos tomados en un desordenado moño maría, cerrando de un fuerte golpe la puerta a sus espaldas.

Volvía sobre sus pasos, dejando la cubeta con agua servida a un costado del pasillo de entrada. Hacía días les tenía reservado aquel balde con agua servida a la pandilla de mocosos que muy seguido le molestaban.

¡Doña Marta, deje a esos mal criados sin casa! Ya no debiera tomarles en cuenta – gritaba su vecina por sobre la muralla, sin perderse lo que a su alrededor pasaba. Era su forma de apoyarla.
Se conocían ya hace tantos años atrás, que ninguna inclusive bien lo recordaba. Cada vez que de ello hablaban, podían estar toda una mañana fuera del negocio del barrio, con la bolsa del pan mojada, tras haber llegado a la hora en que lo sacaban del horno calientito, ideal para tomar juntas un tecito. Pero se quedaban ahí afuera, por horas y, de tanto en tanto no precavían en disimular, al ver a quienes pasaban, más de algún comentario. Bueno, por ello es que de igual modo debían muchas veces soportar palabras no muy bien intencionadas que les prejuzgaban como un par de veteranas amargadas.

Doña Marta había llegado al vecindario cuando aún era una beba de 5 años, mientras su vecina, Doña Chela, había sido parida en el mismo barrio por su madre enferma. Era 2 años mayor que ella.
Habían sido hermosos años para ellas. Nunca más habrían tiempos como aquellos.
La juventud, por Dios Chela ¿recuerdas? Era tan distinta. Éramos tan distintas y apuestas -y Señoritas– interrumpía Doña Chela. Claro pues Chela, y no como ahora; no como estas cabritas sueltas y estos chiquillos con los pantalones a medio poto y care bandidos.
Pero qué más quieres Marta. Si con los padres que tienen ¿ó acaso olvidas cómo eran cuando chicos ellos mismos? Yo siempre te dije que ojalá se fueran este tipo de familias del barrio. No tuvieron buen vivir, cómo más y mejor los críos les iban a salir.
Sí lo recuerdo Chela, pero no pretendías que viviera de ellos preocupada, con Julio enfermo y la oficina que bastante mal se le portaba. ¡Ay Chela! Fueron tan difíciles esos años con Julio, por Dios santo y la virgen bendita.
Ni me nombres a ese fulano de tu marido, que en paz descanse, pero que me perdone San Pedro desde el mas allá por el rencor que nunca pude dejar de sentir por él y por su trato contigo. Habrase visto borracho como aquel y tú, tonta lesa siempre soportándolo. Podrías haberte ido una de todas esas…ésas veces. Yaaa, no llores Martuca, no quise traerte esos recuerdos. Tuvimos mala suerte, pero seguimos aquí, vieja, vivitas y coleando. Ya, yaaa, deja atrás todo eso. Vámonos de aquí que se nos va a pasar la telenovela y ¡chiquilla por dios, aun no hecho el agua a la sopa! ¿Ves lo que me pasa por quedarme contigo hasta esta hora? Todos los días te lo repito, que podríamos hacerlo, pero después de almuerzo. Tan porfiada que me saliste.
¡Chela, basta! Es a ti a quien le gusta quedarse a mirar como el resto pasa ¿O debo recordarte como te dicen, justamente por deslenguada? Si por eso mi Julio te tenía tanta mala. Siempre me dijo que no eras de las mejores amigas, que yo debía ser como mi suegra, que en su nombre me persigno, como Doña Engracia.
¡Marta! Así que ahora soy yo la deslenguada. Seguramente por eso no me molestan a mí y, a “otras” sin embargo juegan todos los mugrosos niños a tocarle la puerta. Y ya ni recuerdos valen a esa veterana de Doña Engracia, como aun le llamas ¿No era acaso ella la que cubría a tu famoso Julio de sus borracheras o cuando las emprendía contigo en peleas? Ya no hablemos de nosotras, Marta. Bien tontas que fuimos. Ojala los papás de estas criaturas les dijeran temprano cómo comportarse, pero ya ves, la chiquilla de la esquina tuvo guagua – y a tan corta edad, por dios, Chela-. Si pues. Y tú crees que se ha visto el padre por estos lados. Nada, mujer, nada.
Tanto que le dije a su madre que no le soltara la mano. Esa cabrita se estaba quedando sola por las tardes. Qué más esperabas, si el mocoso apenas sabía, por la reja se tiraba y ahí se quedaban, podían pasar horas y, ahí está el resultado. Nunca con buenos ojos a esa parejita.
Marta, tendrás que invitarme a almorzar, mira la hora que es y aun no me dejas regresar.
Por Dios, Chela. Si eres tú la que no para de sacar y sacar conversas; parece que cacareas. Te deben tener así las telenovelas. Ya vámonos, no ha pasado nadie en este rato. Al menos almuerzan en este barrio. Algo normal que suceda. Ah! Ya verás que, si esta noche se les ocurre a esos chiquillos nuevamente ir a tocarme la puerta, se llevarán una muy mala sorpresa. Los estaré esperando atrás de la puerta. Y tú, en vez de estar espiando sin hacer nada, podrías ayudarme. Lo único que haces es, después de todo, sacar el habla por sobre tu muralla ¡Vaya, si no cambias!



(to be continued)



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Dentro de un moribundo y húmedo sueño

Dentro de un moribundo y húmedo sueño



Será mejor que nos devolvamos, Javier –susurró Ignacia, apretándole su mano al verse ingresando a aquel lugar del que tanto habían hablado y que esta noche les tenía, entre el miedo y la excitación, cumpliendo su sueño; aquel de noches sobrevolando la ciudad al amarse entre un buen vino y sicodélicos cigarrillos musitando al oído – Quiero cabalgarte sobre un frío nicho, donde el silencio maldito nos arremeta al unísono mientras te hago mío, mientras con los ojos presos de lúgubres pensamientos te obligo a mantenerte firme, mientras estallo en júbilos no importando presencias que son solo mitos, no importando si hay o no vida; quiero sentir tu estupor, tu fuego y deseos entre la neblina espesa y mi alma alejándose y mis entrañas desgarrándome por dentro.

Ignacia, esto lo hemos pensado hace mucho, así que seguiremos, ya poco ha de faltar, algo encontraremos – muy seguro, Javier le entregaba su falsa serenidad. El temor a ser abordados por aquellos asiduos visitantes nocturnos a estos templos erguidos sobre campos moribundos le inquietaba aun más. ¿Sería capaz de llegar a cumplir siquiera con una ceremonia previa si hasta su piel se mantenía erizada en escalofríos recorriéndole el cuerpo? Intenta calmarte, Javier –se decía para sí mismo- ya estamos aquí, ya será tuya como en esos húmedos sueños, como te lo ha pedido cada vez que estás dentro.

Abrazados, tras la elección apresurada de un oscuro y gélido lecho, sin luna de testigo, sin mayores abrigos, se miran; un ruido grave, resuena un aullido; los sonidos del sepulcral silencio les invaden y penetran hasta los huesos; hay algo o alguien más al acecho. Las velas recientemente encendidas y temblorosamente puestas se apagan, se desvanecen en su propio humo. La noche les cae encima con todo el peso de los lamentos de quienes no quieren que retocen sus cuerpos en orgasmos nauseabundos infringiendo sus funestos decesos, sin descanso eterno; si es lo que quieren, lo harán ¡pero muertos!….fue el mensaje que les trajo cargando el viento y que estalló en sus oídos un furioso trueno, en una helada mañana al despertar sudorosos intentando zafarse de un mal sueño.





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El Señor Molina conoce a Pedro Urdemales

El Señor Molina conoce a Pedro Urdemales



Un día cualquiera, paseaba Urdemales con prestancia por fuera de una gran Hacienda que, por sus colores y tamaño, así como por sus formas y guardianes leones de bronce, le dejó de una pieza y a medio camino embobado contemplándole.

Minuciosamente exploró sus detalles y preguntábase del dineral que habría de tener quien fuera el dueño de tamaña casa. Verdes jardines esculpidos por dedicados jardineros, mármoles lustrosos en el piso limpiados posiblemente a diario y majestuosas puertas que le hacían imaginarse de 2 metros y poder entrar a brincos saltando sin llegar a topar sus umbrales.

Pasó un jovenzuelo por su lado y de preguntarle se aprovechó Urdemales -¿Sabrás tú de quién es esta gran Mansión que huele a flores y abundancia extravagantes?- Del patrón Molina se dice, oiga. Y que su fortuna la ha logrado, según las malas lenguas, de tanta mujer con la que se ha acostado. El chico siguió el camino que guiaba su paso.

Ah sí?! pero que hombrón debe ser este tal Molina –pensó Urdemales-. O bien facha de actor o franco seductor ha de ser, pues para este tipo de mansión, no debe quedar mujer que con él no se haya recostado.

Dio una vuelta entera deslumbrándose aun mas en cada uno de sus detalles y se dijo para sí mismo "Pedro, Pedro he aquí a quien conocer deberos". Mal no te va en el amor, pero vaya y sí necesitas dinero. Al menos podría sonsacarle algún que otro secreto.

Diciéndose esto, se animó y dirigió a la entrada a golpear preguntando por el dueño.

El Señor Molina no se encuentra, le dijo una criada. Anda en viaje de negocios y podrá estar por aquí la próxima semana. Pero que pena, respondió Urdemales, soy familiar cercano y dado mi paso por el pueblo quise pasar a saludarlo, dado el buen trato que entre nosotros siempre se ha dado.

Avergonzada de no conocerlo y presta a enmendar cualquier error que pudiera haber por no atenderle como su patrón posiblemente quisiera, le invitó cortésmente a pasar y tomar asiento en un enorme sillón, no sin antes ofrecerle buena hospitalidad con un vaso de refresco.

Sorprendido de sí mismo, Urdemales tomó asiento y simulando familiaridad con el entorno, con el vaso en la mano comenzó a pasear por dentro, admirando los cuadros y cada uno de los adornos; cada cual mas hermoso que el otro.

Qué decir de la criada que, cordialmente le acompañaba contándole de los últimos adquiridos y de las hazañas que el Señor Molina llegaba, tras sus viajes, contándole le pasaban.

Urdemales se fue dando cuenta que aquel Molina no podía ser mas que un simple usurero y que, nada hacia dudar, se aprovechara más de los momentos a ser el actor ó seductor que en un principio pensó.

Preguntó por la Señora de la casa, y la bella criada le contó que ella poco allí pasaba. Más bien se le veía incómoda cada vez que llegaba. Mucho no conversaba y, por lo visto, esquivar a su
marido acostumbraba. Le mostró una foto y Urdemales no pudo detener un suspiro profundo. Llegaría mañana, se acordó en el momento y con dulce voz la criada. Alcanzaré a esperarla, dijo Urdemales, si no hay problema en que esta noche me permita usted aquí pasarla, ondeándole la cintura al notarla sonrojada.

Dicho y hecho, Urdemales pasó la mejor noche de todas sus anteriores noches caminando solo entre cerros y bebiendo leche de cabra. Aquella bella criada, resultó ser casi la mujer de sus sueños, tanto por su hermosura, tanto por su entrega cálida.

Todo esto era un sueño y así se vio despertando, con desayuno a la cama, cual dueño y señor de aquella mansión que, ayer de afuera espiaba. Tomaron la merienda recostados y ya a media mañana seguían, cual acaramelada pareja, amándose denuevo antes de comenzar sus labores diarias por parte de su bella criada.

Urdemales, de bata distinguida y cruzada, calzando lujosas sandalias se decidió a esperar a quien sí y tras conocer solo retratada, era la mujer de su vida y por la cual valía la pena toda una vida si así fuera esperarla.

La criada lo atendió de mil y un formas bajo el solo compromiso que aquella noche y mañana juntos en el olvido quedara, pues ella era de igual forma felizmente casada. Urdemales no pudo estar más en acuerdo con aquella muchacha y con la vida misma por haberla conocido.

Se dio todos los lujos durante el día, conociendo cada rincón de la acogedora casa que le hospedaba. Luego de almorzar como rey, llegó corriendo un joven que resultó ser quien del dueño de esta mansión le hablara ayer. Llegaba con las buenas nuevas de que se acercaba la Señora de la casa, para que, dispusiera todo en orden la criada encargada.

Presurosa se dispuso las cosas y la entrada para recibir a la Señora, mientras Urdemales luciendo uno de los mejores trajes del Señor Molina, muy sentado le aguardaba.

Cuando aquella, la gran Señora traspasó el umbral de la puerta de entrada, Urdemales supo que aquella era “su dama” y se adelantó majestuosamente a presentarse e indicarle con que impaciencia le esperaba desde que le conociera por foto y de su hermosura le complementara la dulce criada. La Señora, Paz llamada, no escatimó en agradecer tantas y bellas palabras por aquel, que un pariente del cual no escuchó nunca, le regalaba. Le invitó a recorrer y coquetamente de cada pintura su origen contaba. Regaba cada paso con su aroma, manteniendo en el aire a un Urdemales que ya no podía estar mas embriagado al acompañarle y toda su atención prestarle.

Así llegó el ocaso, así también a declaración de quien no podía esperar más por su amor ver declarado. Paz lo miraba sorprendida. Recién de conocerse venían y Urdemales le juraba el amor eterno que ni su marido jamás nunca podría darle. Aceptó encantada, encandilada y por 3 noches y sus días, Urdemales le amó como nunca pensar podría. Al quinto día se decidieron. De aquella casa partirían. Paz era dueña de toda la fortuna que la mansión en sí era y que con el Señor Molina tenían, pero estaba dispuesta a dejar ese nicho del cual nunca se supo ni sintió bien, por el amor que este hombre le profesaba. Se irían lejos, muy lejos a vivir solo de ellos.

Por partir estaban, preparándose el carruaje con maletas y enseres, cuando llegó el famoso Señor Molina de su viaje. Paz le saludó sin ánimo y se limitó a evocar un para siempre adiós.
Urdemales, sin mayor desasosiego, bajó del carruaje junto a su amada y se acercó a aquel de tanta reputación mal habida, diciéndole: “Venía por alguno de sus consejos, mi ahora estimado Señor Molina, más ha de saber que no siendo su familiar directo, he recibido la mejor hospitalidad que en vida podría haber recibido y también el mejor de los trofeos que deportista alguno en su vida soñar podría haberlo..y todo sin siquiera haber hablado una palabra con quien tanto quise conocer, al contemplar de afuera su gran casa.

Así, impávido y de una pieza quedó el Señor Molina quien, llegaba triunfante de haber logrado más hazañas que contar a su criada y que de distorsionar previamente se encargaba, pues sus viajes no eran de negocios propiamente, sino de aprovecharse de maridos ausentes y saborear manjares ajenos en mujeres desoladas a quienes de robar también acostumbraba.

En cambio Urdemales, vio una vez mas como su ingenio, aun sin mayor esfuerzo le daba sus dividendos, aunque ahora, con mucho mejor provecho.






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