Dentro de un moribundo y húmedo sueño

Dentro de un moribundo y húmedo sueño



Será mejor que nos devolvamos, Javier –susurró Ignacia, apretándole su mano al verse ingresando a aquel lugar del que tanto habían hablado y que esta noche les tenía, entre el miedo y la excitación, cumpliendo su sueño; aquel de noches sobrevolando la ciudad al amarse entre un buen vino y sicodélicos cigarrillos musitando al oído – Quiero cabalgarte sobre un frío nicho, donde el silencio maldito nos arremeta al unísono mientras te hago mío, mientras con los ojos presos de lúgubres pensamientos te obligo a mantenerte firme, mientras estallo en júbilos no importando presencias que son solo mitos, no importando si hay o no vida; quiero sentir tu estupor, tu fuego y deseos entre la neblina espesa y mi alma alejándose y mis entrañas desgarrándome por dentro.

Ignacia, esto lo hemos pensado hace mucho, así que seguiremos, ya poco ha de faltar, algo encontraremos – muy seguro, Javier le entregaba su falsa serenidad. El temor a ser abordados por aquellos asiduos visitantes nocturnos a estos templos erguidos sobre campos moribundos le inquietaba aun más. ¿Sería capaz de llegar a cumplir siquiera con una ceremonia previa si hasta su piel se mantenía erizada en escalofríos recorriéndole el cuerpo? Intenta calmarte, Javier –se decía para sí mismo- ya estamos aquí, ya será tuya como en esos húmedos sueños, como te lo ha pedido cada vez que estás dentro.

Abrazados, tras la elección apresurada de un oscuro y gélido lecho, sin luna de testigo, sin mayores abrigos, se miran; un ruido grave, resuena un aullido; los sonidos del sepulcral silencio les invaden y penetran hasta los huesos; hay algo o alguien más al acecho. Las velas recientemente encendidas y temblorosamente puestas se apagan, se desvanecen en su propio humo. La noche les cae encima con todo el peso de los lamentos de quienes no quieren que retocen sus cuerpos en orgasmos nauseabundos infringiendo sus funestos decesos, sin descanso eterno; si es lo que quieren, lo harán ¡pero muertos!….fue el mensaje que les trajo cargando el viento y que estalló en sus oídos un furioso trueno, en una helada mañana al despertar sudorosos intentando zafarse de un mal sueño.





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