“ Una Cajita llamada
Catita, se convirtió en cenizas “
Vagos recuerdos guarda, Catita, la Cajita, cuando conversa con sus
amigas Cajas o bien con sus amigos Cartones; no recuerda muy bien cómo era
cuando chica.
Sin embargo, hoy en día, feliz se declara Catita, la Cajita,
sirviendo para guardar cosas o bien para ser guardada ella misma; mal que mal
muy bien sabía lo útil que, ante cualquier propósito siempre sería.
Catita, la Cajita, cada vez que la desarman se sentía libre y de
alma descansada, pero cuando ocurría que volvían al trabajo de doblarla y
rehacerla, se consideraba plena de alegría y dicha.
Un día cualquiera, sus dueños se mudaron de casa. Feliz se sentía,
Catita, la Cajita, pues sirvió nuevamente para guardar tantas cosas y ser
utilizada una y otra vez, durante toda la jornada. Hasta que terminó la
mudanza. Ese día, aun lo recuerda con profunda tristeza: Cuando hubo terminado
el cambio, ocurrió lo que más temía, la peor de sus pesadillas; ya nunca más la
necesitarían. Esa tarde la desarmaron y, sin despedidas ni preguntarle más
nada, la botaron.
Al cabo de unas horas fue descubierta por un vagabundo que las
calles, recolectando sobras, recorría. La vio y guardó con tanto amor, que
volvió a sentirse aun más querida.
Resultó ser que aquel señor cama no tenía. Desde ese momento ya no
acarrearía cosas ni seria doblada ni redoblada ni mucho menos desarmada; desde
ese día solo cumpliría una tarea que la llenaba de dicha; sería el lecho para
que el buen hombre durmiera de mejor forma y no pasara tanto frio durante las
heladas noches de invierno a la orilla del río.
Contenta y dichosa se encontraba Catita, la Cajita, pues cada día
en que aquel vagabundo se despertaba, sentía el amor con que él la acariciaba y
agradecía por darle un mejor cobijo día a día. Querida se sentía. Ya nunca más
utilizada, sino por ella la mejor y más sincera forma de agradecimiento a una
labor que, por obra del destino, había sido llevada y por la que ella misma se
sentía aun más agradecida.
Sin embargo una noche, en que el vagabundo profundamente dormía,
pasaron unos chicos entumidos de frio y, sin mayor escrúpulo por aquel ser que
descansaba a la orilla del río, la secuestraron llevándola muy lejos. Alguno de
ellos la hizo un rollo sin delicadeza y apretó bajo el brazo. No supo cómo ni
cuándo, no alcanzó a saber de distancias ni el pasar del tiempo, solo se sabía,
a la fuerza, de su vagabundo, alejada.
Esa misma noche, Catita, la Cajita, fue nuevamente utilizada. Esta
vez por un grupo de muchachos entumidos de frío que, escapar de la ciudad y de
la policía acostumbraban. Sabía, que en alguna lejana orilla del mismo
río, aún seguía, pero no para ayudar a mudar cosas o bien para cobijo alguno.
Esta vez, Catita, la Cajita, lo
presentía, sería usada para ayudar a prender una fogata a orillas del
mismo río en que aquel vagabundo tan sinceramente le agradecía su cálido
refugio día a día; esta vez, cumpliría una función demasiado especial y, a la
vez definitiva, puesto que aquella fogata la vería finalmente en cenizas
convertida.
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